miércoles, 5 de marzo de 2014

REFLEXIÓN DE MONSEÑOR ANGEL FRANCISCO CARABALLO AL INICIO DE LA CUARESMA

Único mensaje de la Cuaresma:

Alguien existe que verdaderamente me ama


HOMILÍA DELA MISA DEL MIÉRCOLES DE CENIZA E INICIO DE LA CAMPAÑA COMPARTIR.

Muy apreciados hermanos,


Iniciamos hoy, miércoles de Ceniza, este nuevo tiempo litúrgico de cuaresma que nos prepara para celebrar los acontecimientos más importantes de nuestra salvación: la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesús.
Tradicionalmente se ha dicho que este tiempo de cuaresma es un tiempo de combate y lucha espiritual. ¿Combate? ¿Contra quién?: Contra el demonio, el pecado y las tentaciones. Combate como el que libró Nuestro Señor Jesucristo contra el demonio en el desierto, en el huerto de Getsemaní y en la Cruz, y salió victorioso, porque cumplió la voluntad de aquel que lo había enviado, diciendo “solamente a tu Dios adorarás”, “Padre que no se haga mi voluntad sino la tuya” “en tus manos encomiendo mi espíritu”. Victoria que también obtendremos también nosotros si dejamos que el Señor actúe en nuestras vidas, pues en “Cristo somos más que vencedores” -San Pablo-.
Combate contra el pecado, especialmente de aquellos que llevan a la ruina espiritual, que es el peor mal que pueda sufrir una persona, de vivir apartado de la gracia de Dios. Combate contra nuestras pasiones desordenadas y contra las tentaciones pues, como hemos aprendido en el catecismo, con el sacramento del bautismo, se nos borra la mancha del pecado original, pero queda la concupiscencia, que es la inclinación al mal que está presente en la vida de todo ser humano y nos permite ejercitarnos en la virtud. Todos podemos decir como San Pablo “No entiendo mis propios actos: no hago lo que quiero y hago las cosas que detesto, hay una lucha interior en mi”. O San Agustín: “Nuestra vida, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio dela tentación y nadie puede conocerse así mismo si no tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar, si carece de enemigos o tentaciones”.
Y, por eso, en varias partes de la liturgia dela palabra, hemos escuchado el llamado apremiante a la conversión.
Hemos escuchado en la Palabra de Dios, el grito del profeta Joel que nos dice: “Conviértanse a Mí de todo corazón; rasguen los corazones y no las vestiduras; conviértanse al Señor porque es compasivo y misericordioso” (Jl 2, 12-13). Éste es el anuncio principal del Miércoles de Ceniza con el que inauguramos el Santo Tiempo de la Cuaresma. 
En este tiempo de gracia, la Iglesia -guiada por la Palabra de Dios- nos propone un programa de vida claro y exigente: la conversión de nuestra vida desde la fe. 
Convertirse significa cambiar de dirección en el camino de la vida. Es ir contracorriente, donde la corriente es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusoria que a veces nos arrastra, nos domina y nos hace esclavo del mal y prisioneros de la mediocridad.
Se trata de una conversión que nace en el corazón; una conversión que es fruto de la misericordia de Dios “que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 18, 23) ¡Ésta es la Buena Noticia de la salvación que nos ha traído Jesucristo! Como anuncia San Pablo a los fieles de Corinto: “ahora es el tiempo favorable, ahora es día de salvación” (2 Co 5, 20) ¡Sí! Éste es el único mensaje de la Cuaresma: Alguien existe que verdaderamente me quiere, me ama, y es capaz de dar la vida por mí y así ganarme la salvación. Jesús es el primer interesado en que tú y yo cambiemos radicalmente de vida, él nos da su gracia, a través de los sacramentos, especialmente el de la confesión y la eucaristía, nos instruye con sus palabras, que son palabras de vida eterna que nos indica el camino a seguir para conseguir la felicidad plena, y envía su Espíritu a nuestros corazones para que tengamos aspiraciones nobles, grandes ideales, pues no nos ha dado un Espíritu de timidez y de cobardía sino de valentía.
Al recibir la Ceniza sobre nuestras cabezas, estamos manifestando que aceptamos la llamada que el Señor nos hace a una verdadera conversión y a la fe en el Evangelio. No basta la asistencia divina, sino que amerita la participación del creyente. Por eso, el ministro al imponer las cenizas, nos dirá: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. A pesar de nuestras debilidades, fragilidades y pecados, podemos, con el auxilio divino, darle un nuevo rumbo a nuestras vidas. 
En esta cuaresma, la Iglesia nos invita a realizar tres obras que nos permitirán tener un encuentro con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos.

  • Jesús nos invita a abrirnos a Dios a través de la oración “hecha en silencio, con sinceridad, que sólo el Padre celestial la escuche”
  • Igualmente nos invita al ayuno, que es autocontrol, búsqueda de un equilibrio en nuestra escala de valores, renuncia a cosas superfluas, sobre todo si su fruto redunda en ayuda a los más necesitados. El Papa Juan Pablo II decía que ayuno es “decir un no tajante y decidido a cuanto viene sugerido o solicitad por el orgullo, e egoísmo y el vicio”.
  • Y finalmente este tiempo nos exige “apertura a los demás”, con la obra clásica de cuaresma de la limosna, que es ante todo caridad, comprensión, solidaridad, perdón. En una sociedad tan polarizada como la nuestra, y con unos índices de violencia tan altos, los cristianos, los que hoy recibiremos las cenizas, tenemos que ser reconocidos por los “paganos”, por los “indiferentes”, por los que no vienen a misa, por el amor que tenemos hacia todos, sin ningún tipo de exclusión.

La apertura a los demás, la reconciliación, el crear espacios de encuentro y diálogo entre los ciudadanos, es el gran aporte que cada uno de nosotros podemos hacer en este tiempo de cuaresma. Al respecto, el Papa Francisco, en el mensaje de cuaresma que dirigió a toda la Iglesia, insiste que todos “los cristianos a imitación de Cristo -que siendo rico se hizo por nosotros- estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas. A hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas para aliviarlas”. Y menciona tres tipos de miserias: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. 
La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y delos bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. La Campaña Compartir que cada año se lleva a cabo en Cuaresma en todas las Iglesias de Venezuela es una escuela para aprender a desprendernos de nuestras posesiones, a ser generosos y solidarios con los más necesitados. La de este año está dedicada a combatir el hambre en el mundo. Es el mismo Jesús que nos dice: “Denles ustedes de comer” La miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros –a menudo, jóvenes- tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! Y la miseria espiritual que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Muchas consideran que no necesitan a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque piensan que se bastan así mismos, encaminándose por una senda del fracaso y de insatisfacción espiritual porque sólo en Dios encontramos la felicidad plena. Constatamos que, lamentablemente, muchos de nuestros hermanos e, incluso, nosotros mismos, nos encontramos sumergidos en estos tipos de miserias, que degradan la dignidad de la persona humana, son causas de tantas injusticias, divisiones y enfrentamientos entre hermanos, y nos convierten en esclavos del poder, el lujo y el dinero.
Nos corresponde a nosotros cristianos testimoniar a cuantos viven en la miseria material, espiritual y moral, el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar a Cristo a cada persona y en el mandato de amar a todo hombre y mujer, sin exclusión de nadie. La Cuaresma nos invita a un desprendimiento efectivo de los bienes materiales. Y nos hará bien preguntarnos de qué podemos desprendernos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. 
Vivimos momentos difíciles en Venezuela. Como buenos hijos de Dios, trabajemos por la paz para hacernos merecedores de la alabanza de Jesús “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”.
Queridos hermanos, al momento de recibir las cenizas en su frente y oigan las palabras “Conviértete y cree en el Evangelio”, en nuestro interior, con fe y decisión, digamos al Señor: “Hazme un instrumento de tu paz”.
Es bueno que siempre tengamos presentes en nuestro andar, que en el Sermón de la Montaña, Jesucristo nos pidió con mucha claridad:

“Así alumbre su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras, y glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16)

Que Nuestra Señora de Chiquinquirá nos ayude a cumplir estos nobles deseos. Que el Señor, hacedor de todo en su infinita misericordia nos llene de fuerzas, a través de su Santo Espíritu, para perseverar en este camino de amor y reconciliación. Amén

No hay comentarios.:

Publicar un comentario